17/03/2015
Primeros días de mayo de 1900.
La mayoría de los deportistas de otras naciones convocadas a los segundos Juegos Olímpicos de la era moderna habían abandonado frustrados el prometido hospedaje en Courbevoie, y sus pasos, vacilantes, los dirigían a las calles de París.
–¿Dónde se celebrarán los Juegos Olímpicos?, –preguntaban…
A señas, en ocasiones revelando su vestimenta deportiva, o en la mayoría de los casos mostrando documentos que avalaban su participación en los Juegos de Atenas y su deseo de competir ahora en París, recibieron informes.
Unos dirigen su andar hacia las Tullerías… otros a Puteaux… a Vincennes… a Breteuil … al Parque de los Príncipes o a Asnieres. Otros son enviados a la calle de Varennes, donde –se dice– se reúnen condes y marqueses, que son encabezados por Pierre de Fredy, barón de Coubertin.
Confusión total…
Reclamos, gritos, protestas ante los indiferentes franceses que prefieren proseguir sus trabajos para realizar la Exposición Universal y ver la majestuosa torre de acero de Gustav Eiffel, realizada para tal fin.
Los segundos Juegos Olímpicos de la era moderna no despiertan mayor interés. Muchos sólo conocían de la realización de una reunión internacional de carreras a pie y concursos atléticos en el bosque de Vincennes; pero, ¿Juegos Olímpicos?… ¿A qué loco se le ocurriría eso?…
Coubertin había salvado ya la intransigencia de Alfred Picard, responsable de la Exposición Mundial; ahora, sólo faltaba iniciar los Juegos, respetando la fecha programada del 14 de mayo de 1900.
Aquel pedagogo francés, que había sido promotor incansable para restaurar aquellas gestas de la Grecia antigua y que había concluido con éxito los primeros Juegos en Atenas, cuatro años atrás, ahora estaba triste, desconsolado… Cuánta ilusión tenía de que los Juegos fueran en París, en su patria.
Pero…
No hubo ceremonia de inauguración ni de clausura… Nadie pronunció la célebre frase: “Proclamo abiertos los segundos Juegos Olímpicos de la era moderna…”
Mucho menos, en aquellos momentos, se supo con certeza cuáles eran las disciplinas olímpicas, ya que Picard, quien finalmente fue quien aportó la ayuda económica, deseaba competencias en las que intervinieran los mejores deportistas, ya fuesen profesionales o amateurs; Coubertin, porsu parte, había presentado un programa que sólo incluía boxeo, lucha, gimnasia, esgrima, vela en río y mar, ciclismo, golf, arquería, pesas, canotaje, natación, clavados y polo acuático.
Y un tercer responsable, Daniel Merillon –designado director de las pruebas deportivas ante el beneplácito de Picard–, incluía las competencias ecuestres y el polo, este último del 28 de mayo al 11 de junio.
Luce impresionante el Campo de Polo de Bagatelle, en el bosque de Boulogne, aquella mañana del 28 de mayo de 1900.
Pocos recuerdan que aquel era un campo de hierba silvestre donde se ejercitaban algunos jinetes, entre ellos el conde la Rochefoucauld, al que un entrañable amigo, Manuel Escandón y Barrón, mexicano, le había propuesto en varias ocasiones convertir esas tierras en un campo de polo.
Pero, hoy, en Bagatelle, se da cita la realeza –como en ninguna otra prueba– del desanimado París olímpico. Inicia el torneo de polo y hay cuatro equipos combinados listos:
Foxhunters: Inglaterra-Estados Unidos.
Rugby: Inglaterra-Francia.
Bagatelle: Francia-Inglaterra.
Norteamérica: México-Estados Unidos.
Del Foxhunters sobresalen los estadounidenses Frank Mackey, considerado en ese entonces el mejor jugador del mundo; Foxhall Keenne y Alfred Rawlinson; del Rugby, el estadounidense Walter McCreery, los ingleses Freake y Buckmaster, y el francés, conde de Madre; del Bagatelle, los franceses Maurice Raúl-Duval Robert Fournier, el barón de Rothschild, el duque Louis de Bisacia y el inglés Frederick Agnew Hill; y por Norteamérica el estadounidense William Wright y los hermanos Pablo, Manuel y Eustaquio Escandón y Barrón.
Poco se supo de los resultados de la ronda todos contra todos de este certamen; sin embargo, se conoció que el 28 de mayo, luego de tres semanas de intensa actividad, Foxhunters enfrentó al Bagatelle, que cayó vencido 6-4; en la segunda semifinal, el Rugby venció al equipo Norteamérica por 8 metas a cero.
La final fue al día siguiente;
Foxhunters-Rugby… por el sitio de honor.
El tercer lugar será para Bagatelle y Norteamérica, sin jugar, como se estila en este deporte.
En las crónicas de la época se narró cómo Mackey guió a los Foxhunters a la victoria por marcador de 3–1.
Manuel (1857–1940), Pablo (1856–1926) y Eustaquio (1862-1933) Escandón y Barrón, hijos del matrimonio formado por don Antonio Escandón –uno de los accionistas principales del ferrocarril México-Veracruz, y que obsequió a la ciudad de México el monumento a Cristóbal Colón, que se encuentra en Reforma– y la señora Catalina Barrón y Añorga, de abolengo y gran riqueza, nacieron en la ciudad de México. Sin embargo, debido a su privilegiada posición social, su familia entró en conflicto con la administración juarista, que los hizo emigrar a Europa. Estudiaron en la prestigiada escuela de Stonyhurts en Inglaterra. Herederos de una gran fortuna, los tres varones consagraron sus vidas a diferentes actividades:
Pablo a la política, siendo Jefe del Estado Mayor y el traductor de Porfirio Díaz en su entrevista con el presidente estadounidense Taff; posteriormente fue elegido gobernador del estado de Morelos.
Sus hermanos Manuel y Eustaquio se dedicaron a sus múltiples negocios en Francia y España, donde Manuel fue un gran promotor del polo.
Nunca, los tres, renunciaron a su nacionalidad mexicana.
De Guillermo (William Wright) poco se sabe; sólo que era socio en los negocios de los Escandón en Europa.
El programa oficial olímpico de París 1900 fue el presentado por Merillon, aprobado por el comité organizador de Charles de la Rochefoucauld, donde se incluyeron pruebas de tiro, fútbol, equitación, remo, rugby y polo.
Todos ellos, habría que advertir, aparecen en los resultados oficiales… menos el polo. Y sería muy difícil culpar a Coubertin de una omisión o de haber soslayado a este deporte, ya que en el campode Bagatelle tenía muchos amigos, incluyendo al conde de la Rochefoucauld.
¿Podría ir Coubertin –meses después– en contra de sus propios principios de que las justas eran exclusivamente para deportistas amateurs, como lo estipulaba el espíritu olímpico?
Ciertamente, en varias disciplinas hubo deportistas profesionales, que para muchos –como a Picard– garantizaban ese espectáculo que las mayorías querían ver y que así lo habían exigido los organizadores de la Exposición Universal para proporcionar a Coubertin la ayuda económica.
¿Por qué, entonces no se reconoció oficialmente al polo?
Una de las hipótesis más cercanas a la verdad es que los integrantes de los equipos no eran exclusivos de un país, es decir, en sus filas los equipos tenían a deportistas de dos o más naciones.
Eran, pues, equipos, no selecciones.
Por lo tanto: ¿A quién reconocerle el triunfo? ¿A qué país, acreditarle, en el cómputo final, la victoria? Ese tercer sitio, ¿para quién: México o Estados Unidos?
Muy grave ha de haber sido la situación en aquel París de 1900, que no tuvo ceremonias de inauguración y clausura: el 14 de mayo y 28 de octubre –duraron 6 meses–; mucho menos se realizó la tradicional premiación con medallas de oro, plata y bronce en las pruebas oficiales.
Se recurrió a aportaciones personales como boquillas, juegos de pipas y demás cosas.
En polo se premió a los equipos con hermosas charolas de plata; por cierto, la que correspondió a Norteamérica, a los hermanos Escandón, está extraviada.