HISTORIAS OLÍMPICAS

VICTOR ESTRADA GARIBAY

23/03/2015

Dos competencias vivió el taekwondoín Víctor Estrada Garibay aquel 29 de septiembre del 2000, en la arena de Sydney, sede de los primeros Juegos Olímpicos del siglo XXI.Víctor ya no podrá situarse en lo más alto del podio olímpico. La inesperada derrota ante el cubano lo ha dejado fuera. Atrás ha quedado su impecable historial. Atrás, también, ha quedado sus sueños e ilusiones.
Su realidad es muy diferente a la que, durante poco más de años, se cifró:Tendrá que esperar que el cubano Angel Valodia Matos Fuentes no sea derrotado por el sueco Roman Livaja para continuar en la competencia…

Y en los combates restantes tendrá que ir con todo; jugársela cada segundo ante rivales que, como él, saben que no hay un mañana. Que debe ser hoy, o nunca…Todos aquellos que siguieron la carrera deportiva del mexicano no encuentran los argumentos para explicar su derrota…

Lo cierto es que, según el formato de competencia, Víctor tendrá que buscar sólo la medalla de bronce.El desánimo entre los mexicanos es general.Pero no, no tanto como en el mismo Víctor.–Tal vez esas tres horas y media de receso en sus combates sirvan para que se recupere… –es el mejor pronóstico.Recuerda Víctor algunas escenas en el vestidor:–Para mi fortuna tuve el apoyo de muchos amigos. Uno de ellos fue el coach italiano, quien se me acercó y me abrazó…Me dijo: “Víctor, no te preocupes, sé como te sientes… Para nosotros eres el mejor aunque no tengas la medalla de oro. Ve por esa medalla de bronce, no la dejes… te la mereces”.Pero, admite Víctor:–Me decía: “si se cae todo, que se caiga”.

El ego estaba lastimado…Recuerda:–Iba caminando al área de descanso y, la verdad, no me caía el veinte. Me tardé mucho en el vestidor. Allá, en el fondo, me senté en el suelo y me puse a llorar. Como que no lo creía. Pensaba que era una pesadilla. Y empecé a reflexionar: “¿qué hice mal?”; y empecé a recorrer el pasado.

Soy muy creyente y creo que lo que a uno le pasa es porque lo mereces, porque la vida te las puso en el camino. Y me preguntaba: “¿Qué hice mal?” Y, como si me sirviera de consuelo en esos terribles momentos, me decía: “no he sido un mal hijo…”–¿Por qué? No me merezco esto. El punto era de casi un reclamo a Dios. Según lo sentía, no merecía lo que me había sucedido, y durante una hora me mantuve solo, me puse una toalla en la cabeza y no quería que nadie me hablara.

Lo que menos quería era oír palabras de aliento; lo que quería era reflexionar solitario, conmigo mismo, encontrar una respuesta convincente.–¿Qué me pasó?… Ciertamente sabía que no estaba todo muerto. Sabía del repechaje, que iría hasta donde llegara el cubano… ¿Y si él también era derrotado? Obviamente se caía lo que yo quería: la medalla de oro. Si yo hubiera sido un competidor que iba a unos juegos a ver lo que caía, lo que ganara, seguramente hubiera estado muy tranquilo, pero yo fui a los Juegos Olímpicos de Sydney por una medalla de primer lugar. Para mí era muy desilusionante lo que me había pasado.

Victor Estrada GaribayDespués de ese combate, al mediodía, vino ese receso de tres horas y media.Y vino el reencuentro con su familia, el mejor bálsamo para restañar esa herida.Víctor recuerda el momento de verse ante sus padres, a las afueras del gimnasio olímpico de Sydney:–Estaban los dos con los ojos enrojecidos. Mi papá me abrazó y después lo hizo mi mamá. Y fue ella quien me gritó: “Ve por esa medalla de bronce…” Y me puse a chillar con ellos.Los tres decidieron, por el momento, olvidar el asunto. Lo mejor: irse a comer…

Víctor:–Yo seguía lastimado, herido, indignado conmigo mismo. Como siempre: uno busca culpables. Cuando uno gana, todo sale bien, pero cuando pierdes hay mil culpables. Hubo detalles de jueces, en efecto, pero el que propició todo eso fui yo. El que hizo crecer al cubano fui yo. Quizá esa actitud mía al estar reclamando al réferi me perjudicó. A los jueces, que también son humanos, simplemente, les caes mal. Seguramente piensan: ‘me estás haciendo quedar mal y echando al público en mi contra’ y su respuesta es simple: ‘ahora menos te doy’. Así es esto.

Y ya espera la premiación: tener en sus manos la medalla de bronce.Recuerda, ya más relajado:–La sensación fue diferente. Me dije: “Qué bueno que ya se acabó este día”. Eran las 21:30 horas. Toda esa presión se había terminado. Me decía a mí mismo: “se acabó la pesadilla”. Y lo único que hice fue quitarme esas sensaciones. Fui al sitio donde estaba mi papá y él me dio una bandera de México; mi mamá, que no puede estar junto a él cuando estoy peleando, estaba hasta arriba, en la tribuna. Después abracé al profesor Hong. Fue una felicitación entre ambos.

Estábamos contentos, pero no muy satisfechos, porque ambos sabíamos que esa medalla de bronce no era lo que se buscaba, lo que queríamos…–Después, me fui al vestidor. Empecé a quitarme el dobok –uniforme– e inexplicablemente me puse a llorar; sin quererlo me vino un momento de llanto impresionante. Sacaba todo: estrés, rabia, satisfacción. Así duré varios minutos, hasta que llegaron el doctor Héctor Tlatoa y Hong. Y ya a la salida me volvía a encontrar con mis padres y entendí: ‘Dios aprieta, pero no ahorca…’Mientras tanto, aquí, el público mexicano –atento a las transmisiones televisivas y radiales que reseñaban la sesión de taekwondo en el gimnasio olímpico– iniciaba el festejo, aun por el tercer sitio.

En los medios informativos todo era actividad.Un adelanto:El mexicano Víctor Estrada le dio hoy a México su sexta medalla –y tercera de bronce– en los Juegos Olímpicos Sydney 2000, gracias a que se impuso por 2-1 al sueco Roman Livaja.Estrada se debió conformar con el bronce pese a que era claro favorito al oro, luego de vencer a Livaja en el combate por el tercer lugar, al que llegó con molestias en una pierna, pero que dominó en el primer y tercer rounds.Las felicitaciones se prodigaron.Víctor Estrada Garibay era ya medallista olímpico.Sumaba esa presea de bronce a un cúmulo de medallas doradas logradas en su ya larga carrera deportiva de más de diez años.

“Ya eres un medallista…”, le decían, mas de inmediato respondía con cierta decepción: “sí, pero es de bronce”.

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